«Sabremos que estamos ante él cuando una persona presenta, después de una experiencia traumática y durante más de un mes, un malestar clínico importante o deterioro funcional»

Estamos pasando por unos momentos muy delicados. Tanto para la salud física como por los problemas económicos y/o sociales asociados a la pandemia de la Covid-19. La pandemia ha hecho evidentes problemas de salud mental y/o sufrimiento emocional. Son ejemplos la elaboración del luto por la pérdida de un familiar o amigo de quien no nos hemos podido despedir, sobrevivir a una pérdida económica severa o tener que afrontar situaciones de desazón…Esto y más puede ir pasando, durante y/o después, de esta pandemia devastadora. Tener conocimientos e información nos da más habilidades para resolver, más y mejor, los problemas.

La mayoría de personas expuestas a un acontecimiento postraumático se recuperan en un plazo de tiempo no demasiado largo, pero hay un grupo que no lo hará. Y este puede ser muy numeroso. Hay muchas personas que sufren una situación anómala, estresante y dolorosa, y que no la podrán encarar solos. La recuperación puede ser difícil. Es aquí cuando aparecen los trastornos de estrés agudo y de estrés postraumático. Como siempre, estos pueden presentarse de formas diferentes y con diferentes grados de gravedad, porque cada persona es diferente.

¿Cuándo sabremos que estamos ante un transtorno de estrés postraumático?

Sabremos que estamos ante un transtorno de estrés postraumático cuando una persona presenta, después de una experiencia traumática y durante más de un mes, un malestar clínico importante o un deterioro funcional. Se puede acompañar de síntomas de despersonalización y/o desrealización. También pueden aparecer más tarde del tiempo previsto.

Siempre hay un desencadenante traumático que lo justifica. Pero a veces ya hay factores de riesgo biológicos y psicosociales previos que predicen la instauración de los síntomas, de su gravedad y de su cronicidad.

Esta enfermedad se presenta en forma de recuerdos, pesadillas, reacciones disociativas, malestar psicológico y/o fisiológico importantes al evocar el trauma. También se intentan evitar o borrar los estímulos relacionados con la causa que lo provoca, como algunos recuerdos concretos, también de personas y lugares. Otra señal es la irritabilidad, estar hiperalerta, tener problemas de concentración y sobresaltarse de forma desproporcionada. Puede haber un estado de ánimo bajo y alteraciones cognitivas negativas y tristeza.

Ya hemos dicho que afecta a cualquier persona que ha sufrido una experiencia negativa de carácter traumático. Y lo hace de forma diferente, en intensidad y dependiendo también de la clase de experiencia traumática y de la vulnerabilidad personal. Se manifiesta en diferentes aspectos o ámbitos personales como los sociales, económicos, culturales y los biológicos.

Para hacer el diagnóstico, hace falta una evaluación sanitaria correcta porque el diagnóstico es fundamentalmente clínico. Hay que valorar la gravedad y comprobar si se asocia a otros trastornos como la ansiedad, el estado de ánimo deprimido y a un posible abuso de sustancias. El tratamiento se basa en la psicoeducación, los tratamientos psicológicos específicos y a veces los farmacológicos. Siempre teniendo en cuenta que cada persona y cada caso es diferente.

Sería un error pensar que esto no nos puede afectar a nosotros. Porque en estos momentos todos somos posibles candidatos a sufrirla.

La clave de su correcto manejo es la prevención, el diagnóstico y tratamiento tan pronto como sea posible.

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